Es el silencio que conduce el alma en los caminos desconocidos de la vida. Los pasos no tienen prisa, se abandonan a reflexionar en los ojos de la Naturaleza que se encuentran en cada ángulo de la vida. Y los ojos tienden a acariciar cada cosa, delicadamente, para raptar de ello el Silencio. Él habla.
Fátima escucha y reflexiona, creando apreciables analogías que atraviesan el corazón y se llena de sentimientos alternados, a veces levemente inquietantes, que se purifican a la delicadeza de términos agradables y de la estructura rítmica de los versos.
Y así avanza el Misterio que sagrado nos circunda.
Pero nada profano, también el sufrimiento, la búsqueda y la tristeza, que se pintan a veces de melancolía, se abandonan a lo indefinible; más bien esta se convierte en respiro de una espera que parece ya acabada incluso en su imperfección.
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